–Al siete y medio, pago.
La mano del tallador, morena y flaca, con una uña agresivamente larga en el meñique, levantó de
la mesa los mugrientos pesos que se apelotonaban junto a los naipes.
Se le achicaron, amarillos, los ojitos a Fermín. Ya hacía rato que el aire estaba caliente bajo la
lámpara, espeso de humo y de ginebra. Fermín agachó la cabeza. Después, mirando al morocho por
entre las cejas, preguntó, pausadamente:
–¿Qué era lo que decía Ortega? En la mesa hubo como un sacudón.
El chinón, despacito, se abrió la camisa hasta la altura del cinto. Luego, también despacito,
comenzó a pasarse un pañuelo por el pecho sudoroso. Junto al ombligo, ingenuamente asomaba la
culata del Smith & Wesson.
–¿Andas con ganas de ir a preguntárselo?
El morocho era filoso. Fermín sintió que la cara le ardía como si le hubieran pegado un tajo. Miró
alrededor. Los hombres –Ramón también– rehuyeron sus ojos. A todos los había cacheteado la
fanfarronada del moreno.
–Ta bien –murmuró Fermín–. Ta bien, me vuelvo a casa. Vos, Ramón, ¿venís? No, mejor
quédate. Todavía no te robaron todo.
Dio la espalda a la mesa y, arreglándose el pantalón a dos manos, encaró la cortina. Lo paró en
seco la voz del morocho:
–¡Che!
Fermín se dio vuelta como tiro, buscando en la cintura el cuchillo que no tenía. Al otro le había
aparecido el revólver en la mano. Sonrió:
–Te olvidas de algo –dijo, señalando con el caño hacia un rincón. Fermín se agachó a recoger el
paquete de la Paula.
Me han basureao gran puta el político de mierda ese tenía razón somos guapos en las casas nos
roban la plata y tamos contentos. Fermín estaba parado en la puerta del prostíbulo.
Llamó de nuevo.
–Che, ¿te crees que nosotras no dormimos? –la voz opaca de doña María precedió a su rostro que,
hinchado, asomó detrás de la puerta a medio abrir:
–¿A quién buscas?
–A la pueblera.
–No se puede, ya no atiende. Está acostada.
–Mejor si está acostada...
La mujer frunció la boca, dubitativa; luego, repentinamente desconfiada, preguntó:
–¿Traes plata?
–No.
–¡Ah, no m'hijito! A esta hora y con libreta, no. Fermín puso el pie antes de que la puerta se
cerrara:
–Oí... Traigo esto. Si te va apretao, lo cambias mañana. Y le alcanzó el paquete.
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