miércoles, 26 de octubre de 2011

Fragmento de un libro que hasta ahora no se publicó.

Corría a duras penas de un lado a otro, se detenía, se rascaba la cabeza, miraba hacia el río y gritaba:

“Vengan! Pasen y vean como una se amasija contra las palabras, como el silencio mece a la ansiedad y los minutos se aletargan. Vengan! No tengan miedo, la entrada: una baratija! Sólo un sueño y una sonrisa.”
Durante unos cuantos minutos observé al viejo canoso y encorvado que corrompía la tranquilidad de una mañana húmeda, igual a todas las que despiertan un sábado de octubre sobre el Paraná.
“No puede ser que no venga nadie…” repetía y continuaba su paso nervioso sobre las piedras del viejo muelle del puerto.
Miraba hacia el sur, lo señalaba con sus dedos de barro como si buscara en el filo del horizonte una especie de procesión que se acercara hasta él, no había más que una vieja canoa hiriendo la espalada del río y el sur impávido con sus nubes violáceas inmóviles. “Vengan, pasen y sientan! No sean cobardes! Aparezcan de una buena vez!”
De una piedra a la otra, lentamente y en silencio me fui acercando hasta llegar a la vieja balsa, desde allí se podía ver como el sol penetraba en los surcos de su cara rústica, como tallada a mano, torpemente moldeada por la filosa punta inquisidora de la esperanza. Cuando el lente curioso quiso recostarse sobre ese hombre que de repente y sin explicación alguna despareció de mi vista, sentí sobre mi hombro el acariciar de una mano liviana y una vos suave que me que susurraba, “señor… llegamos, hay que bajar del colectivo, señor…”

Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue subirme al auto e ir hacia el puerto, al llegar estaba todo igual que siempre, no había nadie, era de esperar que no haya nadie. Sin embargo, cuando ya me disponía a volver después de haber sacado algunas fotos a una canoa incrustada en la barranca, un niño desnudo de pelo largo y rubio subió al muelle, estaba solo, pavorosamente solo. Me apresuré por llegar hasta él antes de que se vaya pero no se movió, dejó que me acercara lo suficiente como para ver sus ojos increíblemente verdes penetrando por el lente. Estoy seguro de que iba a ser una buena foto pero antes de que el dedo índice se desmaye, con una voz de oro cuerpo, de otra edad, sin siquiera mirarme me dice: “Que vas a hacer cuando seas grande?”
La pregunta detuvo todo, absolutamente todo, alguien tuvo que haber retratado ese momento, esa era la foto; mi cara.
La mirada curiosa e inocente del pequeño aguardaba una respuesta que hace tiempo me cuesta responder con soltura. O por lo menos no sale a respirar al mundo de los demás con naturalidad, más bien se prepara oculta, agazapada en lo incógnito del destino. La pregunta fue como una víbora con escamas de metal que recorriéndome las tripas me mordía el estómago, esa sensación inmensa de dolor, melancolía, desesperación, alegría, insatisfacción o vaya saber uno que… como cuando una madre pregunta “como estas?”, así me sentí, impotente ante lo real.
Le dije que me gustaría hacer canciones y escribir libros. Luego, se quedó esperando en silencio, como cediéndome el tiempo necesario para que recapacite lo que había elegido. Me imagine viviendo en algún lugar de Europa. Paseando un perro que se podría llamar Futuro. Que todo lo que defeque lo tenga que ir juntando, como una relación directa. Un paralelismo total entre lo que espero que pase, lo puede que pase y lo que éste expulse. Las bolsitas serán la defensa, para la sociedad y para mí. Mi accionar será el correcto. Espero que los demás también tomen en cuenta los excrementos que van dejando por el camino sus respectivos “futuros”. El niño seguía observándome en silencio, pacientemente, como quien sabe de todas las cosas la pura verdad. Por eso pienso que no pareció sorprenderlo y hasta presentí que ya conocía mi respuesta, la de ser músico o escritor. Me quedé atónito por unos segundos, todavía rondaban imágenes de algún barrio parisino, el pelaje del perro y el seudónimo que iba a elegir para firmar mis escritos, pero… y si el perro me lleva hasta la enorme y misteriosa plaza de la música?
En cual banco de esa inmensidad desconocida me sentaré a observarlo jugar con otros perros, con otros “futuros”?
En fin, terminemos esto de buena vez, volvamos al puerto, al niño y a su pregunta.
Lo que pudo salir de mi boca es lo único obvio y lógico que parece existir en este relato: “y vos?”
El pequeño volvió su mirada hacia el agua, sus ojos se fueron tiñendo lentamente de marrón, se rascó la cabeza, señaló con sus deditos de barro hacia el sur y me dijo: “Yo quiero cruzar el río, quiero ver que hay más allá de esa isla…” y sonrió.